viernes, 1 de marzo de 2024

Cuando Charly se animó a correr los límites de lo tolerable


“Tengo miedo”, le dijo Charly García a su asistente, Gabriel Ganem, después de sentarse en el set de teclados montado en el enorme escenario armado sobre la Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires, el 27 de febrero de 1999, hace exactos 25 años. “No tengas miedo porque esto es una fiesta”, le respondió Ganem, justo antes de abrir el telón. Del otro lado había entre 250 mil y 300 mil personas. Gustavo Cerati miraba expectante desde el mangrullo de sonido. Nito Mestre, Fabiana Cantilo y otros invitados esperaban en camarines. Ken Lawton, el terapeuta inglés que había tratado a Pete Townshend y a Robert Fripp, estaba sentado al costado, en una silla. Todos los medios esperaban registrar cada segundo de lo que estaba por ocurrir tras dos semanas de previa caliente y mediática. Charly empezó con “Sarabande”, una pieza instrumental de Händel que ya había tocado durante su niñez, cuando todavía le decían Carlitos y era un alumno de conservatorio, no la estrella de rock más grande del país.

Tocó esa intro de espaldas a la muchedumbre que se había reunido para asistir a uno de los conciertos más polémicos de la década del 90. Hubo una pausa mínima. María Gabriela Epumer hizo sonar su guitarra Epiphone rosa comprada en Miami, y entonces Charly tomó aire, justo antes de que la ex Viuda e hijas largara con el riff de “Cerca de la revolución”. En ese hueco, Charly aprovechó para gritar su alter ego: Say No More, un concepto, una declaración de principios abstracta que a esa altura ya lo había tomado por completo.

Charly en Rolling Stone, 1999. Foto de Andy Cherniavsky

La previa que rodeó el show sumó varios de los escándalos que Charly protagonizó en la segunda mitad de los 90, cuando era noticia de manera casi constante. En general se hablaba de él por polémicas que no tenían que ver con la música que estaba haciendo en esos años. Discos difíciles para la mayoría del público acostumbrado a los hits radiales como “No me dejan salir”, “Nos siguen pegando abajo”, “No voy en tren” o “Me siento mucho mejor”. La última dosis hitera que Charly había entregado había sido “Chipi chipi” en 1994. Desde entonces no otorgaba concesiones y había lanzado trabajos que aún hoy se mantienen en la sombra de su gigantesca discografía de los 70 y 80. Álbumes como Casandra Lange, Say No More, El aguante y Alta fidelidad. Eran los años Say No More en los que la vida era una extensión de la obra.

Por esos días, en septiembre del 98, Charly había visitado Salta. No pudo alojarse en el Hotel Provincial, de Caseros y 20 de Febrero, ya que no lo admitieron por carecer de comportamientos de “ser humano”. Terminó alojándose en el Posada del Sol, sobre Alvarado, casi Alberdi. Todo quedó registrado en un informe emitido por el canal TN.

“Uno se pasa todo el tiempo haciendo música y todo está ahí”, le dijo Charly a Claudia Acuña en una extensa entrevista para Rolling Stone publicada en junio de 1999. Unos meses antes, la televisión entendió esa simbiosis y “trasladó” el living de paredes blancas pintadas con aerosol del departamento de Charly al set de Susana Giménez en Telefe.

Era diciembre de 1998 y Charly estaba frente a la rubia conductora para promocionar los shows que iba a dar a fin de mes en el Estadio Obras. Esos conciertos marcaron el regreso de Charly a la Catedral del Rock después de varios años de ausencia. La entrevista que le hizo Susana fue amena, con complicidad, como siempre fueron los diálogos entre ambos. Es la nota de la famosa frase “Soy romántico, no boludo”, que se viralizó recientemente.

martes, 13 de febrero de 2024

El sábado estuve todo el día viendo la transmisión de Cosquín Rock por Star+. Como el señor del meme que dice no me muevo hasta las once. Nada mal, eh. Podría hacer todos los años lo mismo en lugar de ir a cubrir al predio. Especialmente cuando la gente de prensa, tan amable para decir que no, siempre suele ningunear a Rock Salta, el medio del que formo parte desde 2007. Pero bueno, qué es una pulserita más o una pulserita menos para tener mejor WiFi, cruzar algún que otro artista y hacer una cobertura dignamente.

Igual eso lo padecen mis compañeros. Yo no voy a un Cosquín hace como diez años. Como dije, de acá no me muevo hasta las once.

En fin, no pude ver todos los escenarios porque Star+ sólo transmitió tres de seis, pero fue un buen panorama. Me gustó Blair y su "a los modernos les falta rock". Me dieron ganas de escuchar su disco, algo que no me pasa con otras bandas y solistas que quizás suenan mejor pero carecen de ese "algo más" que los saca de la categoría "escuchar de fondo".

Divididos hace siempre lo mismo y nunca defrauda. Son una milanesa con puré. Skay no puede sonar así, es increíble. Lali es una genia, pero prefiero no hablar de su música porque no me gusta nada y creo que todos nos hacemos los boludos. Un signo de los tiempos. Cosquín Rock es el ejemplo perfecto de la mezcla total que hay en la actualidad en la música. Artistas que hace veinte años se hubieran ido corridos a botellazos llenan distintos escenarios sin problema. Se ganó en tolerancia, se perdió en criterio.

Que "Sr. Cobranza" haya vuelto a significar una ofensa para los sectores mas conservadores habla, entre otras cosas, de la potencia de esos versos. Que Dillom cambie Cavallo por Caputo es casi una circunstancia, porque ambas partes, artistas y funcionarios, siguen estando en los mismos lados.

Pero sí es sorprendente que por fin una canción de aquellos años menemistas haya tenido el impacto correcto y no la apropiación ridícula que hicieron los tarados que nos gobiernan.

viernes, 9 de febrero de 2024

La importancia de estar en el presente


El jueves 20 de noviembre de 2014, poco después del mediodía, Rosario Bléfari publicó un pequeño manifiesto en su cuenta de Facebook. Decía: “Siempre tengo la sensación, de que cada momento que vivimos es histórico, de ahí la importancia de estar en el presente, ir a recitales, encontrarse con amigos, leer a los escritores que viven, ir al teatro, ver las películas que se estrenan, escuchar los discos, hablar con las personas, recorrer la ciudad caminando, ir a una marcha, presenciar una sesión del congreso, hacer un trámite, ir al mercado, tener un proyecto y llevarlo adelante como sea, aunque alguien lo considere un fracaso, participar en lo que sucede, como sea, estar, vivir lo contemporáneo, sin nostalgia, es lo mejor incluso para cuando nos pregunte alguien si tenemos algo que contar”.

El texto sirve como antídoto para el encierro y el individualismo de estos tiempos y parece haber sido escrito a mano alzada. Las comas, una atrás de la otra, funcionan como el reflejo de la necesidad que Rosario tenía de publicar, de decir esas palabras. De vivir aquel presente que reivindicaba. Como si el párrafo hubiese brotado sin versiones previas, sólo impulsado por un rapto que no podía esperar una edición, ni la necesitaba. 

El posteo en sí no tuvo demasiado impacto. Al cierre de este artículo, más de nueve años y dos meses después de su publicación, apenas suma 25 comentarios, 79 compartidos y poco más de 400 likes. Pero como siempre ocurrió con la ex cantante de Suárez, sus creaciones no se pueden medir en términos estadísticos. Su influencia va por un camino intangible. Lo que Rosario escribió aquel jueves de primavera se volvió un viral indie que circula desde entonces como una captura de pantalla que alguien decidió divulgar. Aparece de manera aleatoria para señalar que no todo tiempo por pasado fue mejor.  

Bléfari falleció en julio de 2020, pero antes le dio sentido a su presente con la música de Los Besos. Rosario y su hija Nina escuchaban y bailaban juntas algunos de los temas que Paula Trama compuso durante la primera etapa de oro de la banda, la de los discos Helados verdes (2017) y Copia viva (2018). Uno de ellos era “Canción del ballotage”.  

“Mi mamá me decía que la sentía como una canción hermana. Y que le gustaban mucho todas las canciones de Paula porque las sentía así, como muy cercanas”, recordó Nina a fines de 2021, durante su participación en el ciclo FAN de la Asociación Civil y Cultural Brandon, disponible en YouTube. En ese programa, Nina hizo una versión acústica de la “Canción del ballotage”. Poco después, en el mismo ciclo, Paula Trama versionó “Lobo”, un tema de Misterio relámpago, tercer disco solista de Bléfari. “Rosario es, tal vez, mi referente más importante”, dijo antes de cantar. 

Los ojos de Paula Trama parecen grises o verdes, depende si mira o no hacia la ventana de este living con libros algo desordenados. Está vestida con una remera negra con la tapa de Results, el disco de Liza Minelli producido por Pet Shop Boys. Tiene el pelo atado, un short de colores, borcegos negros y medias al tono. Va hasta la cocina, muele café y lo prepara en una Volturno. Habla mucho, piensa, sigue. Rara vez se queda callada esperando la próxima pregunta. O, en todo caso, lo hace recién cuando pareciera haber agotado todas las posibilidades de respuesta. 

Paula analiza su “Canción del ballotage” y dice que encuentra “algo trágico desde lo musical” en ese tema. Es un clásico de Los Besos, una fija en los recitales de la banda que quizas oculte un mensaje sombrío y premonitorio, opuesto a la usual alegría que transmite entre el público cada vez que suena. Diferente a lo que ponía a bailar a Rosario y a Nina. 

“Hoy estaba viendo una película que se hizo con Donna Haraway. Habla un poco de qué está pasando con las democracias en relación a cómo se están operando a favor de la derecha. Y pensaba en esa progresión de acordes: 'Lo que pidaaaaas, la mayoría se realizará' (canta). Está hablando de la democracia. Como que ya hay cierta sospecha de cómo está funcionando. Una sensación de decepción respecto a los resultados. Y decía: ¿En estos acordes no estará ya un poco algo de esa preocupación? El sistema más representativo, el sistema en el que más confiamos, ¿cómo puede tener esa fragilidad? ¿Cómo puede generar esa sensación de decepción? En vez de distribuir alegrías está distribuyendo sufrimientos”, dice. 

En diciembre, poco después del inicio de una nueva etapa de distribución de la tristeza, Los Besos lanzaron Nadie duerma, su quinto disco. 

Los Besos vuelven en el inicio de una época nefasta. Igual que en los años macristas, sus discos vienen a prometer momentos lúcidos, volados, gloriosos, hermosos en tiempos raros en los que cualquier momento de defensa del estado de ánimo es bienvenido. Paula cita al Indio. Escuchó buena parte de la entrevista en Caja Negra mientras atravesaba la ciudad en bicicleta. Pedaleando durante una hora escuchó la voz balbuceante de Solari hablar de que no hay que dejar de pasar el momento de brillar. 

“Muchas veces siento que cuando cantamos esa canción hay algo de felicidad, porque la gente se emociona”, sigue Paula, analizando el tema que compuso cuando Mauricio Macri le ganó la segunda vuelta presidencial de 2015 a Daniel Scioli. “Y entonces, a veces, sobre todo en este último tiempo, sentía una ambigüedad con ese momento. Eso es lo que pasa con la música. En la música habita la ambigüedad como no puede habitar en los discursos que comunican cosas”, concluye. 

Prolífica, capaz de escribir libros de poemas, hacer discos con Los Besos, con su dúo Susi Pirelli o como solista, Paula Trama hasta ahora había sido exacta. Le daba a sus canciones la medida justa. No se permitía un centímetro extra de contenido. En Nadie duerma, Paula lidera a la banda por un camino más sinuoso e imprevisible, con cambios abruptos que instalan puertas que antes no estaban allí. El resultado es, quizás, el mejor trabajo del grupo y el comienzo de una nueva etapa. 

Una versión descartada del comienzo de la nota con Los Besos que se publicó hace unos días en Radar de Página 12.

sábado, 10 de junio de 2023

Una libertad terrible


Divididos surgió de la necesidad de continuar con lo que había a mano. Ricardo Mollo y Diego Arnedo administraron el vacío que había provocado la muerte de Luca Prodan y formaron una banda que durante dos años se mantuvo a la sombra de Sumo. Las canciones, los recitales y el disco que realizaron en ese período inicial fueron una continuación estética y sonora del proyecto que había liderado el italiano, productos inevitables de un grupo sumiso a una influencia demasiado poderosa. 

El origen de la banda fue la serie de encuentros entre Mollo y el saxofonista Roberto Pettinato durante el verano del 88, cuando el resto de los integrantes de Sumo estaban desbandados por el impacto que les había provocado la muerte del cantante.

“Hubo como una onda de seguir haciendo algo, pero rápidamente Germán (Daffunchio, guitarrista de Sumo) y Timmy (McKern, manager) se fueron a Córdoba. Entonces ahí empezó -dice Marcelo “Gillespi” Rodríguez-. Petti se había quedado con una casa quinta por la zona oeste y se juntó varias veces con Ricardo. Comían asados, tocaban la guitarra, y varios temas se compusieron en esos encuentros”. 

Gillespi, que había participado de los recitales de Sumo de 1987 como trompetista invitado, formó parte de los comienzos de Divididos y fue una suerte de tercer/cuarto integrante nunca oficializado que alcanzó a grabar en el álbum debut y a tocar en la mayoría de los conciertos de la primera etapa. Hoy recuerda que la sociedad Mollo-Pettinato no duró demasiado porque durante la primera mitad del 88 el saxofonista se fue del país. 

Pettinato contó su versión en una entrevista en La Nación de diciembre de 2000: “En enero y febrero del 88 nos fuimos con Ricardo a la quinta de mis viejos, en Marcos Paz y empezamos a componer. Le dije a Mollo que el grupo se tenía que llamar Divididos por la Felicidad, como el disco de Sumo. Además, como nos dividimos de los otros, que se fueron a Córdoba, era una buena idea. Y empezamos a componer temas, de los cuales yo escribí algunas letras, como la de ‘La mosca porteña’ y ‘Haciendo cosas raras para gente normal’. Después me fui a España y un día me llamó Ricardo para ver si le dejaba el material porque iba a seguir con el grupo. Ya se había juntado con Diego y se lo regalé. Eso está bien, pero lo que me molestó es que no se haya dicho cómo fue la historia”. 

Gillespi considera que el aporte de Pettinato no pudo haber sido demasiado significativo. “Él se siente un poco el padrino de Divididos pero el perfil de la banda no lo incorporó seriamente”, dice, y explica que durante el período en el que el saxofonista formó parte del proyecto “hubo prototemas que surgieron de zapadas, pero no tenían letra, no tenían arreglos”. “En esos primeros discos hay un gran trabajo de Ricardo y Diego de machacar, cosa que Pettinato no haría. Horas y horas de ensayo”, agrega.

Con Daffunchio las cosas fueron más concretas por la poca onda que el actual líder de Las Pelotas tenía con Mollo. Los guitarristas no habían podido congeniar en Sumo, se daban la espalda en los ensayos y, según contó Mollo, mantenían una relación musical “muy difícil”. “No pudimos seguir tocando juntos”, le dijo a Gastón Pauls en una extensa entrevista de 2012.  

El miembro restante de Sumo, el baterista Alberto “Superman” Troglio, participó fugazmente de algunos de los encuentros previos que derivaron en Divididos. Ocupó la batería de a ratos y en reportajes posteriores llegó a asegurar que formó parte de la creación de “La mosca porteña”, una de las canciones del disco debut del grupo. Sin embargo, la inconstancia le jugó en contra. Su rol fue el de un elemento del pasado que se mantuvo allí por inercia. Posteriormente integró la primera formación de Las Pelotas.

martes, 11 de abril de 2023

Un comienzo de nota que no fue


El futuro puede sonar de maneras diferentes. Es un sonido que se adapta y muta según la época. Alguna vez tomó la forma del grito de las jovencitas que veían a Los Beatles en el show de Ed Sullivan. Fue la queja de los ricoteros ortodoxos que necesitaban un Biletan Enzimático para digerir las innovaciones de Último bondi a Finisterre. Sonó como las tijeras neoyorquinas que cortaron el pelo de Charly García durante la grabación de Clics modernos. Y una tarde se escuchó como el ruido que hacía un par de zapatos mientras una mujer caminaba por la Galería del Este. 

“No lo podía creer. Parecía una publicidad”. Las voces de hoy la recuerdan así, como alguien que no encajaba pero fascinaba. Alguien que parecía haber llegado de un planeta diferente. “Te la encontrabas y parecía que venía, qué sé yo, Astroboy. Era una cosa que en ese momento era muy loca”. Mostraba una puerta que todavía permanecía cerrada en la Argentina de principios de los ochenta. “Zapatos guillermina de charol con moño, soquetes cortos con broderie, una pollera kilt roja, una blusita blanca, un moño en el pelo, flequillito y unas pestañas más largas que un camello”.

Dicen que las chicas del under porteño que luego se convirtieron en figuras emblemáticas de una época que todavía nos impacta, empezaron a imitarla. “Fue una persona que trajo la influencia, que trajo todo”. Por las noches deslumbraba sobre los escenarios y de día lo hacía en cualquier rincón de la ciudad. 

“Se acerca y yo le digo qué onda que tenés, algo por el estilo, y le pregunto cómo se llamaba”. Hoy fue olvidada por la mayoría. Su guardarropas amplio, con accesorios de hombre o de mujer que combinaba como tenía ganas, se perdió y sólo permanece en la memoria de las personas que la vieron en acción. “Ella tenía guantes blancos en ese momento”. Sus canciones y su voz casi no suenan en las radios ni se programan en las playlist. “Se da vuelta la manga del guante y me muestra una etiqueta”. 

Para colmo quedaron pocos registros: un disco y algunos demos. Un pasado que todavía no ha sido rescatado. Es lo que quiere su familia en 2023. Que esa mujer, que pareció surgir de la nada hace más de cuatro décadas y murió de manera absurda hace treinta años, vuelva en forma de canción y se convierta para todos los demás en lo que siempre fue para ellos. “Nylon”. Una de las primeras punks argentinas. “Me llamo Nylon”. Una adelantada que merece una reivindicación.

Un inicio descartado para la nota sobre Diana Nylon que se publicó en Radar de Página 12. 

martes, 5 de julio de 2022

Canción para naufragios


En la cocina de un departamento ubicado en Scalabrini Ortiz, Diana Theocharidis reconoce estar sorprendida por tener que contar la historia de su hermano Andrés, tecladista de los Redondos durante un breve período. Un músico que participó de pocos recitales. Entre ellos, los shows en Paladium que sirvieron de presentación de Oktubre, el disco más celebrado del grupo. Quizás Diana no sepa que todo lo que Patricio Rey toca se vuelve inolvidable. El nombre de Andrés apareció en el booklet improvisado que acompañaba la grabación pirata de una de esas noches. En aquella edición que circuló de mano en mano durante décadas se decía que su muerte, en enero de 1987, meses antes de cumplir los 25 años, había interrumpido los planes de incorporarlo como miembro estable de los Redonditos. Desde entonces es recordado como un apéndice de la mitología ricotera. 

Pero el paso por la banda del Indio, Skay y Poli no podría resumir su figura. Andrés Theocharidis fue un pianista virtuoso que tenía un pie en la música contemporánea y otro en el rock sinfónico. Formó parte de una efervescencia colectiva de fines de los ‘70 y principios de los ‘80 que le permitió codearse con artistas de distintas disciplinas que crecieron a su lado. Se perfilaba como un gran compositor. Tanto, que sus amigos y colegas aseguran que estaba destinado a ser “el próximo Gandini”.

Había nacido en Buenos Aires el 3 de mayo de 1962. Su padre, Basilio, era griego. Había llegado a la Argentina a los 17 años. Poseía una empresa textil y daba clases de Historia en la UBA. Su madre, Amalia Fligelman, era psicóloga y lo adoraba tanto que le cocinaba todo lo que quería. Hasta le mandaba comida al regimiento donde Andrés hizo el servicio militar obligatorio. Platos que nunca llegaban a destino porque siempre había alguien que se los quedaba. Basilio y Amalia estimularon a sus hijos. Les permitieron encontrar lo que les gustaba y hacer lo que querían. No les faltaba nada. A cambio, solo tenían que estudiar.

Diana y Andrés se llevaban apenas un año y medio entre sí. La diferencia de edad mínima les permitía tener pasiones compartidas. Una fue el piano. “Yo había empezado a estudiar a los nueve años. Andrés se entusiasmó y fue con Noemí Berti, la misma profesora que yo”, cuenta Diana, que luego se dedicó a la danza y actualmente es directora del Centro de Experimentación del Teatro Colón. “Después, mi papá nos trajo un piano a casa y ahí eran 24 horas por día que alguien tocaba”, dice.

Esa obsesión quedó de un solo lado. Andrés empezó a improvisar melodías muy pronto. “No sé de dónde le salían. Tenía nueve años, diez. Desarrolló enseguida mucha capacidad”, sigue Diana, ya alejada de la cocina y sentada en el living del departamento, el mismo que Andrés habitó durante la última etapa de su vida.

Andrés iba al Liceo Francés. Allí se hizo amigo de Paul Dourge, que con los años se convirtió en bajista y grabó en discos como Giros, de Fito Páez, y Privé, de Luis Alberto Spinetta. Paul tiene muchos recuerdos guardados en su mente, como el día en que los Theocharidis se mudaron a un departamento en Olleros, a dos cuadras de la estación Lisandro de la Torre. Recuerda el lugar como si acabara de visitarlo. Dice que podría trazar un plano. Es capaz de ver la alfombra azul de ese living que se poblaba de instrumentos, como un piano Baldwin negro que Diana aún conserva. Paul pasaba las tardes allí con Andrés y Bernardo Junyent, que es arquitecto pero entonces tocaba la guitarra. Los tres formaban Ósmosis, un trío que jamás actuó en vivo.

“Bajábamos las persianas, poníamos bombitas de colores, usábamos túnicas. Andrés quería ser Rick Wakeman y yo Chris Squire”, cuenta Paul. Eran épocas de furor progresivo. Los tres iban a varios conciertos: Espíritu, Crucis, El Reloj, Invisible. Incluso vieron el debut de La Máquina de Hacer Pájaros en La Bola Loca.

Ahora Paul se acuerda de un fragmento de uno de los temas que surgieron en ese living. Lo canta: ”Veo la luz que llega/ Y me purifica/ Y me llena el alma/ Le tengo fe, la sigo”. No puede evitar la carcajada. “Como Espíritu hablaba de ‘tu alma’ y qué sé yo, nosotros también, sin saber nada”, dice.

Ósmosis tenía un proyecto: Di Natale, una ópera rock basada en un docente del Liceo. Una de las letras decía “Di Natale, pagaste tu error/ Fuiste malvado, un sucio profesor”. “Nos habíamos metido en camisa de once varas. Teníamos las letras y las melodías de la ópera y no podíamos darle forma”, cuenta Paul.

Era 1977. Paul y Bernardo ya no compartían aula con Andrés, que había sido expulsado del Liceo por una broma pesada de la que habían participado varios compañeros. Andrés fue a parar a la Escuela del Sol, donde conoció a Andrés Calamaro, otro joven fascinado por la música que pronto se incorporó a las jornadas en el living. “Calamaro ya tenía canciones muy copadas. De hecho, le mostramos Di Natale y a los pocos días nos resolvió todo”, dice Paul.

lunes, 9 de mayo de 2022

Primeros párrafos que no fueron: Viva Elástico

        

Alejandro Schuster baja de su departamento y propone ir a almorzar. Es un día perfecto de otoño. El sol acaricia la piel y hace brillar a la ciudad, que se mueve más lento en este jueves semi feriado de Semana Santa. A la vuelta de su casa hay una parrilla al paso que despacha platos varios. El encargado de las carnes es un colombiano vestido de negro que brilla más que cualquier copa de árbol de esta cuadra soleada de Villa Crespo. La simpatía que irradia es total y enseguida se pone a disposición de Alejandro, que recomienda el sánguche de vacío, enorme, que, además, viene con papas. Pocos minutos después, ya con el pedido en una bolsita de plástico blanca, listo para llevar, los dos, parrillero y vecino se funden en abrazos efusivos que a cualquier desprevenido le parecerían la evidencia de una relación amistosa que lleva su tiempo. Pero no. Debe ser la tercera vez que Alejandro pisa este lugar. Se mudó hace menos de una semana. Al cantante, guitarrista y compositor de Viva Elástico no le hace falta demasiado impulso para sumergirse a fondo. Su intensidad, la misma que se percibe en las letras y en la voz de sus canciones, está presente en el día a día.

Un comienzo descartado para una nota sobre Viva Elástico publicada en Radar