jueves, 25 de agosto de 2016

Bailando hasta que se vaya la noche

(Karma Sudaca en el escenario)

Qué buenos que están los festivales como el Tucumán Que Sea Rock que se hizo en el club Argentinos del Norte. Tocan un montón de bandas por un precio ridículo (cincuenta pesos, cuarenta las anticipadas) con canciones que no suenan en las radios y la mayoría está muy bien. Además, no  hay sectores VIP, la hamburguesa cuesta veinte mangos y viene con lechuga y tomate (esto último parece una boludez hasta que pedis una en cualquier festival pro y pensás en Capusotto diciendo uy, nos rompieron el orto). No se te va la vida en la birra. El merchandising no es de una franquicia rockera, sino de  pibes y pibas que pintan remeras, hacen artesanías, tatuajes, fanzines, discos y libros.

En estos eventos hay un clima súper agradable, nadie rompe las pelotas con “acá no se puede pasar”, los músicos dan todas las notas que uno necesita (muchos de ellos se acercan a hablar sin que los llamen) y se percibe un paisaje de entrecasa, de estamos acá porque nos gusta y no porque los medios nos están diciendo que tenemos que venir. Viejas al lado de los parlantes, sostenidas con el bastón, mirando al nieto. Chicas y chicos de Humanidades, familias enteras bailando en la cancha de básquet convertida en predio del palo.

Claro  que  también  hay  infiltrados, personajes de la eterna novela todavía en construcción llamada “No trascienden por pajeros”, la historia de músicos under que se comieron la del rock and roll por el lado equivocado y piensan más en joda que en el laburo.

Situación vivida en el festival que ejemplifica lo anteriormente mencionado: Hugo Maza, creador del sitio web Tucumán Que Sea Rock, que hoy celebra su quinto aniversario, está en la improvisada boletería del lugar, cortando los tickets. A último momento, el predio de la Usina del Norte, donde el evento estaba planificado desde un principio, no pudo albergar a las bandas. A contrarreloj, los organizadores debieron conseguir un nuevo espacio. Apareció el Argentinos del Norte, donde se hizo el recordado y desastroso Rock del Valle 2011. Los muchachos de TQSR gastaron más guita de la que pensaban por esta maniobra y ahora ruegan una buena convocatoria para poder empatar los costos.

En eso está Hugo, a las nueve de la noche, cuando aparece el baterista de Delirados, grupo stone que tocó al comienzo, cerca de las cinco de la tarde. Hugo y los dos muchachotes de seguridad especialmente contratados para abarajar barriletes en la puerta le piden que abra la mochila y descubren un par de envases de vino en su interior. “Te dije que no pasaras con vino, sabés que están los inspectores de la Muni vigilando. Te lo dije hace diez minutos y los intentás pasar igual”, dice Hugo, indignado. El batero le tira un ruego; dale, son unos vinitos nomás, para los pibes. No hay caso, no lo dejan pasar.

El artista se enoja y larga el primer adjetivo del diccionario de rock auténtico que manejan sujetos como él, que piensan más en hacer la suya y no ven el esfuerzo que hay detrás de cada movida como ésta: sos un careta, le dice, e inmediatamente les manda un mensaje por whatsapp a sus amigos para que salgan a escabiar afuera del predio.

Otra situación parecida sucede cuando Hugo recibe a un grupo muy numeroso que le asegura que está en la lista de invitados de una de las bandas.

“¿Cuánta gente metieron?”, dice, preocupado por la avivada de los músicos y porque los inspectores están contando la cantidad de ingresos para llevarse un porcentaje en calidad de impuesto. Si entran muchos gratis, el monto no será el real.

“Es que algunos músicos son unos pajeros”, opina un tucumano muy metido en el ambiente del rock de su provincia. Es interesante, porque ésa frase se repite en muchos lugares del país a la hora de hablar de escenas emergentes. Mientras las bandas exigen lugares para tocar y guita por hacerlo (algo muy justo), los productores, periodistas y organizadores que acompañan suelen hacer hincapié en la carencia de profesionalismo del under. Falta de gacetillas que informen de lanzamientos y shows, fragilidad en las formaciones (se separan al toque o cambian de miembros como de camisa a cuadros), y un largo etcétera que seguramente indignará a los artistas, pero que no deja de ser cierto. Por algo Sergio Rotman cree que hay que fajarse o poner un maxikiosco.

Pero cuando los esfuerzos se juntan, las cosas salen bien. Como en el TQSR Fest, que más allá de un mínimo porcentaje de perejiles creyéndose Peter Gabriel, cuenta con la ayuda de todas las partes y el apoyo del público, que baila y canta.



Participan trece bandas de Tucumán y una de Buenos Aires: Karma Sudaca, Skaraway, La Luzbel, Vampiro Indio, Rock and Lobos,  Buenas y Santas, Skaces, Todo mal, Delirados, Del Palo, Volstead, Boyary Brancaleone. Además, la murga Pechando el Camión y el grupo de percusión Candombando se meten entre la gente para hacer bailar sin micrófonos. En el predio, los 800 asistentes pueden escuchar a los músicos, comprar sus discos y visitar la carpa de roller derby, la feria de ropa y ¡la peluquería! instalada en el fondo.

En el escenario se destacan los eternos Karma Sudaca, que prometen nuevo disco para los próximos meses y celebran el regreso de su bajista original. Volstead, con formación acotada, con una viola menos, convence como siempre con punk al atardecer. Vampiro Indio muestra las canciones de Bella Vista Style, elegido por los miembros de Las Manos de Filippi como el disco argentino del 2014 en la clásica encuesta anual que publicó el suplemento No del diario porteño Página 12. Los Brancaleone se acomodan bien a la grilla tucumana y realizan un set que convence a la mayoría. La Luzbel, liderada por Vladimiro Diéguez, es un grupo muy conocido de la escena local (nada que ver con Los Redondos, Luzbelito y todo eso), pero no le llega ni a los talones a Alem, el proyecto paralelo de Diéguez, que en 2014 publicó Santa Fe, vía Quiero Discos, uno de los mejores álbumes del año con veinte minutos de indie cancionero casi perfecto.

Bien entrada la madrugada, los Skaraway cierran el festival con un show poderoso, comprometido y bailable al mismo tiempo. No hace falta ser René de Calle 13 y romper autos de alta gama para sacar chapa de artista preocupado por los vaivenes de la sociedad. Aunque a veces pecan de exagerados, como todo militante de izquierda extrema (hacer una canción para los desaparecidos de México viviendo en Argentina, que está repleta de injusticias, es un poco jugar para la tribuna).

Pasadas las seis de la mañana, mientras las estrellas desaparecen de a poco y el cielo empieza a aclararse desde el costado que da al Parque 9 de Julio, los Skaraway siguen prendidos fuego arriba del escenario, la gente baila y nadie se quiere ir. Es el destape. Las ganas de seguirla hasta la muerte. No es casual esa reacción. Es todo un hito y una reivindicación para una provincia que hasta hace muy poco debía ir a dormir a las cuatro de la mañana. Es el verdadero triunfo. Y se logra en conjunto.

Festival Tucumán Que Sea Rock - 5 Años - 8 de noviembre de 2014. Publicado en la revista Rock Salta 21. Fotos de Tucumán Es Rock. 

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