sábado, 24 de junio de 2017

¿De dónde salieron ustedes?

(Perro Ciego. Foto: Carolina Vera)

El rock de las provincias sufre la costumbre argentina de decir no. En un país centralista, lo que no pasa primero por Buenos Aires es ninguneado por propios y extraños. Sin embargo, existe una tradición de bandas en todas las regiones. Cada una tiene influencias diferentes. Les cantan a cosas distintas y se alimentan de sonidos y palabras particulares que forman pequeñas historias dentro de la gran historia.

Muchas de estas escenas gozan de un salto de calidad que las ha hecho crecer y proyectarse pero, en general, todavía sufren los padecimientos del amateurismo. Sin embargo, les alcanza para formar parte de la reinvención de todo el rock argentino, que apunta hacia los movimientos independientes y comienza a conformar una red federal de grupos difundidos de manera online. En 2015, la Guía REC calculó más de cuarenta sellos de gestión colectiva que engloban más de 300 proyectos en todo el país.

Cada vez con mayor frecuencia aparecen publicaciones que dan cuenta de esos caminos recorridos. La más reciente quizás sea el libro “Rock en Misiones. Canciones con historia”, de Lara Schwieters, que se publicó hace pocas semanas. Y hay varios ejemplos más. En 2015 aparecieron “Viaje eterno. Antología de letras del rock jujeño”, de Edgardo Gutiérrez; y “Estabas ahí”, de Tony López, la biografía de Perro Ciego, una excelente banda salteña que en julio cumplirá 28 años.

               

El año pasado se editó “Aún sigue cantando”, la monumental obra del periodista Roly Giménez. Un libro de casi ¡800 páginas! que da cuenta de “55 años de rock mendocino”, una cifra que no cierra por ningún lado, ya que se supone que el rock nacional comenzó oficialmente en algún momento entre “La respuesta”, de Los Gatos Salvajes; “Rebelde”, de Los Beatniks; y “La balsa”, de Los Gatos. Canciones grabadas entre 1965 y 1967 que funcionaron siempre como despegue para la cultura rock en Argentina. Pero a medida que las provincias desempolvan sus bandas locales se instala con mayor fuerza la necesidad de un repaso que las incluya. Y esas historias no siempre respetan el calendario sacralizado, como también ocurre con el documental cordobés Radio Roquen Roll, de Martín Carrizo, que el mes pasado estrenó su segunda parte.

Giménez tardó “21 años y diez meses” en escribir el libro. En algunos casos, investigó sobre hechos que no estaban publicados en ningún lado. No había crónicas periodísticas ni audios que los respaldaran. Tuvo que reconstruir la historia del rock mendocino a partir del testimonio de los protagonistas. Por eso, “Aún sigue cantando” es, en general, una historia oral mezclada con datos que ayudan a contextualizar. Para colmo, debió bancar la publicación por su cuenta. “Las dos o tres veces que intenté pedir ayuda a Cultura me dijeron que no había dinero. Finalmente, junté la plata con mi mujer. Es una edición cara: mil copias me salieron 200 mil pesos hace un año”, cuenta, y reconoce que es muy difícil que pueda recuperar la inversión. “Pero no era mi intención ganar plata”, aclara, y destaca los trabajos del editor Darío Manfredi y el artista Andrés Casciani, que se encargó de las ilustraciones: “Ellos fueron pilares para que este libro saliera como salió. Y lo hicieron de onda, sin cobrarme un peso. Así se hacen muchas cosas en Mendoza”.



Como escribió Dante Panzeri, para adelantar quizás haya que retroceder. Lo antiguo puede no ser caduco. El largo trabajo de Roly valió la pena. “Aún sigue cantando” recupera grupos, canciones, poetas, bares y ciudades que no formaban parte de la historia oficial de nuestro rock. Aporta una mirada novedosa con material viejo.

En el comienzo del libro aparecen bandas que en los 60 se les plantaban a los que luego serían próceres. “Cuando Sandro nos escuchó tocar no quería subir, no quería cantar. Nos dijo: ‘Flaco, ¿de dónde salieron ustedes?’. Tocábamos todos bien, éramos todos músicos de primera línea, habíamos estudiado”, cuenta Carlos Roney, ex guitarrista de Los 4 Planetas, en uno de los primeros capítulos.

La pregunta de Sandro (otro ignorado por la mirada oficial del rock argentino) tiene un mensaje implícito que se extiende hasta hoy y rebota en una escena nacional en la que varios consagrados, como Charly García, por ignorancia o sencilla mala onda para con las nuevas generaciones, aseguran que no hay nada nuevo ni bueno bajo el sol. El rock emergente del tándem Buenos Aires - La Plata tiene muestras de sobra para refutar esa teoría y todo el tiempo se suman grupos de otras ciudades. El rock de las provincias no se queda atrás y además posee una historia poco tenida en cuenta que la alimenta.

El periodista Diego Giordano, autor del libro “Inédito. Rock subterráneo en Rosario 1982/1987”, asegura que la escena de rock rosarina actual es excelente en términos artísticos. “Hay bandas realmente muy buenas, como Mi Nave, Alucinaria, Ponzonia, Amazing Ruckus Trip, Aguas Tónicas y Santa Fulgora, o gente del palo de la electrónica, como Jeremy Flagelo, Lesbiano o los Mini Bruto. También hay solistas excelentes: Víctima del Vaciamiento, Prima Limón, Päl Das Shutter, Flor Croci, Tano Viamonte y Jubany son los que más me gustan. Y existe un puñado de sellos que editan música de alta calidad: Discos del Saladillo, Júbilo Discos, Soy Mutante, Polvo Bureau y Pis Records. Pero la lista es incompleta, seguro que me estoy olvidando de otros proyectos igualmente valiosos”, dice.

                

Algo similar opina Juan Manuel Pairone, músico, periodista y productor, que compiló y editó los textos que conforman el libro “Esto es una escena” (2016), que retrata la actualidad del rock cordobés: “Podemos hacer una foto de lo que está sucediendo ahora pero es parte de un proceso más amplio que podemos hacer extensivo a los últimos diez años. Creo que en los últimos dos o tres años hubo un impacto cada vez mayor de ciertos discos y ciertas bandas que pudieron tocar en festivales o abrir shows internacionales o de bandas nacionales grandes. Eso les ha dado otra visibilidad. Y también hay un acompañamiento de los medios más grandes mucho más notorio que hace tres o cinco años”, explica.

Eduardo Marcé, que escribe en medios regionales del Noroeste como Rock Salta, Tucumán Rock o la revista La Imberbe, cree que la actualidad del rock tucumano “es bastante buena” y para respaldar esa idea aporta un dato bastante sorprendente para una escena pequeña: sólo el año pasado aparecieron más de cincuenta discos o EPs. Y este año podrían ser más.

“La realidad del rock es siempre complicada. Creo que hay predisposición de los medios y de algunos bares pero haría falta mayor acompañamiento del público”, dice Rogelio Martínez, que desde la ciudad de Eldorado lleva adelante el blog Rock Misionero, un catálogo completo de grupos de la zona del Noreste y el Litoral.

La falta de apoyo del público es un clásico del rock de las provincias. Ocurre en todas las ciudades, con vaivenes y variaciones. Históricamente han sido pocos los momentos en los cuales la gente asistió en gran número a los conciertos de los grupos locales. Pero es apenas el primer elemento de una lista de falencias crónicas que también incluye la necesidad de conseguir más lugares para tocar, revertir la escasa difusión en los medios y obtener ayuda estatal para poder desarrollarse.

“Siempre falta algo, pero no sabría decir qué. Por ahí a alguna banda le faltan canciones, otra capaz que está buenísima pero no la va a ver nadie. Hay algunos lugares pero falta ese lugar, falta ese apoyo”, dice Marcé.

Para Martínez, en Misiones “el apoyo del público existe, pero podría ser mayor”. “Hay un circuito que hoy en Posadas es relativamente fuerte: unos siete u ocho lugares donde semanalmente salen recitales. Con diferentes características cada uno, pero en general las bandas pueden tocar sin pagar y sin perder plata. En el interior de a poco se va desarrollando un circuito. En cada localidad surgen uno o dos lugares donde se toca dos, tres veces al mes, generalmente con un derecho de espectáculo de alrededor de 40 o 50 pesos”.

Giménez dice que actualmente es muy difícil hacer rock en Mendoza. “Los lugares están cerrados o muy perseguidos por los inspectores municipales o de Rentas. No hay un apoyo del Estado para que la música y el arte en general se desarrolle. Los teatros principales de Mendoza, como el Le Parc o el Independencia, prácticamente no funcionan. La política cultural del actual gobierno de Cambiemos es casi nula. No es un error, creo que saben lo que hacen”, explica, y agrega una característica que va más allá de los gobiernos de turno: “El público mendocino es reacio a consumir cultura. Si bien ahora la economía doméstica impide a muchos concurrir a ver un espectáculo, también es cierto que la gente no va ni siquiera gratis. Hoy en día meter cincuenta personas en un show es un logro. La mejor época del rock mendocino fueron los años que van desde 1985 a 1988. Luego hubo un pequeño reverdecer en el período 92-94. Desde ahí siempre fuimos para atrás a nivel popularidad”.

Para Diana Acebo, autora del libro “Pampa y Rock. Una aproximación a la historia del rock en La Pampa”, publicado en 2014, las bandas de esa provincia tienen poco apoyo en general: “En los medios no hay mucho espacio para las bandas de rock. No hay muchos lugares para tocar. Hay dos lugares privados que no son los más propicios. Creo que ni les pagan, les hacen canje por cerveza. Por eso no hay casi bandas. Es medio difícil hacer rock acá en la provincia”.

Acebo, que al igual que Giménez investigó durante años el rock de la provincia, cuenta que el mejor momento de la escena pampeana se dio en los 90. “Había muchísimas bandas, muchos lugares para tocar. Organizaban fiestas y recitales donde tocaban tres o cuatro bandas y el control municipal no era tan estricto. Ahora es mucho más estricto. Eso hace que los espacios no proliferen”, explica, y dice que en La Pampa “hay una tendencia a pensar que todo lo que tiene que ver con los jóvenes es peligroso, es arriesgado”. “Que no es nuevo, pero es lamentable que siga pasando -continúa-. La Policía detiene chicos porque los considera sospechosos, se los llevan a la comisaría, les pegan. Ojalá que nuestra sociedad madure lo suficiente para cuidar el recurso más importante que tiene, que son sus jóvenes. Hay que apoyarlos y generar políticas culturales”.

David Viera, baterista del cuarteto fueguino Cuervonegro, da su visión desde Ushuaia, donde, dice, los lugares para tocar son pocos. “Los propietarios de los boliches les dan prioridad a las bandas de covers”, cuenta. “Esta es una localidad chica. Si en una tocada te van 100 o 150 personas, la verdad que sos un éxito”, agrega. “Internet nos ha abierto mucho las puertas a las bandas de acá, que nos cuesta muchísimo grabar cosas de calidad, producir. Estamos en una isla a tres mil kilómetros de la capital, y se hace muy difícil. Recién ahora las bandas empiezan a profesionalizarse. Antes era imposible. La mayoría de las bandas masterizan en Buenos Aires, Brasil o en algunos otros lugares. Lo mismo con las plataformas para escuchar. A nuestro disco lo podés escuchar en todos lados”, explica.

            

“El gran problema de la escena rockera de Rosario fue siempre el mismo: muchos músicos, pocos lugares para tocar, falta de una legislación inteligente y moderna para la música en vivo, y escasa difusión por parte de los medios grandes. El momento actual es poco alentador porque se están clausurando espacios por motivos ridículos. Es por eso que la escena subterránea de la ciudad se desarrolla en lugares que podríamos llamar ‘clandestinos’. Los mejores recitales que vi en los últimos años se realizaron en terrazas o patios de casas particulares”, dice Giordano.

Precisamente en Rosario se instaló un debate a partir de una interesante y extensa nota sobre la actualidad de la escena local que publicó la web Rapto. Allí está planteado el asunto que se discute en todas las provincias y que se podría resumir en una pregunta más o menos así: ¿Cómo puede ser que con tanta historia detrás sigamos enroscados con las mismas taras de siempre?


La historia oficial del rock argentino está plasmada en el libro que Marcelo Fernández Bitar publicó por primera vez a mediados de los 80 y que hace dos años se reeditó de manera definitiva. Allí se establecieron los parámetros. “El libro, tanto en su versión original, de 1986, como la de 2015, lo subtitulé ‘Una investigación cronológica’. O sea, partí de toda la información que encontré en revistas y en testimonios de protagonistas. Si en alguna Expreso Imaginario había alguna nota grande sobre el rock en Chaco, ese dato lo incorporaba, pero no encaré una investigación propia de qué pasaba en cada provincia. Es más bien una recopilación, centralizar en un libro todo lo que se venía diciendo en lugares muy dispersos”, dice.

En el libro y en el método de trabajo de Bitar se percibe que el rock en nuestro país siempre utilizó a Buenos Aires como un filtro fundamental para la popularidad o la trascendencia mediática. Lo que no resuena en la Capital no existe para la mayoría del público, los productores y los medios, excepto como un dato de color que aparece cada tanto.

“En los primeros veinte o treinta años del rock en Argentina Buenos Aires era absolutamente ineludible por lo difícil que era grabar un disco. Los estudios de grabación eran muy pocos, eran muy caros, pertenecían, en general, hasta mediados de los 80, a las compañías discográficas. Después empezaron a florecer los estudios independientes. Pero la manera de llegar en los 60, 70 y principios de los 80 era por una compañía discográfica o de alguna manera grabando con ellos en esos estudios. La producción independiente comienza a tomar forma con MIA, con los Redonditos, pero todavía con los costos de un vinilo. Creo que hoy por hoy el panorama de estos quince, por no decir veinte, años, es completamente distinto. Grabar el disco no es un problema, es bastante sencillo, accesible. El tema clave es la distribución o, mejor dicho, la difusión. La distribución puede hacerse por internet en una página de descarga gratuita. El tema es cómo la gente se entera que esa página existe, que hay una descarga gratuita y que es interesante buscarla. El desafío actual es ése. Encarar cómo se hace la difusión. Grupos que han trabajado con redes sociales, con Facebook, han tenido respuesta enorme. Un caso típico es Lisandro Aristimuño, que armó prácticamente toda la base de su popularidad actual en todo el país contactando gente por Facebook. Los contactaba él, organizaba pequeños recitales acústicos y recorría todo el territorio. Si para la trascendencia y la popularidad masiva es necesario pasar por Capital Federal hoy por hoy, seguramente sí, porque popularidad masiva estamos hablando de llenar estadios, una cosa realmente gigantesca como Abel Pintos o La Beriso. Me parece que en ese nivel ya tal vez es importante llegar a una multinacional o a una difusión masiva en radios de alcance nacional. Pero todo el paso previo (los comienzos, tener una cantidad de trabajo bastante respetable y que se pueda vivir de eso) creo que puede funcionar con las redes”, explica Bitar.

Para las bandas fueguinas, la posibilidad de desarrollarse en otras provincias es “cero”. Viera pinta un panorama imposible de enfrentar para una banda de músicos autogestionados que si consiguen empatar los costos de una fecha se sienten muy contentos: “La ciudad más cercana es Río Grande y la otra es Río Gallegos, que está a 800 kilómetros, y (para ir) tenés que cruzar dos fronteras y cruzar una barcaza por Chile. Por ejemplo, para sacar instrumentos y equipos tenés que presentar un expediente en la Aduana. Imaginate lo complicado que es. Después tenemos una localidad en Chile, que es Punta Arenas, pero es complejo. Una vez fueron unos amigos a tocar ahí y casi van presos porque había una ley que consideraba que tocar era trabajar y no podían trabajar extranjeros. Se armó un lío bárbaro. Lo que es región patagónica es muy complicado. Y para salir en avión a Trelew o Comodoro Rivadavia tenés que ir vía Buenos Aires. A veces ponen un vuelo por semana, no podés volver al otro día. Si vas un viernes, para volver el domingo tenés que ir vía Buenos Aires. Y un pasaje a Buenos Aires te sale entre 6 mil y 8 mil pesos”.

En Tucumán, donde una banda local puede convocar entre cien y 150 personas en una buena noche, hay una problemática similar en relación al intercambio con grupos de provincias cercanas. “Estamos a cuatro horas de Salta y en Salta no pasa nada con las bandas de acá -dice Marcé-. Algunas van, Vampiro Indio va. Pero no sé si hay una escena regional. Va una banda cada tanto, no hay una circulación como uno podría pensar que se podría hacer. Lo mismo una banda de Salta acá. Ni hablar de Santiago del Estero”.

Pairone considera que la regionalización como método de progreso para las bandas provinciales es algo posible que se debe realizar como un paso posterior al fortalecimiento interno. “Me pasa muchas veces como productor que por ahí me escribe una banda de San Luis que quiere venir a tocar a Córdoba y por ahí la banda tiene un disco muy lindo pero no está haciendo un laburo previo, que es el de consolidarse en su propia escena, generar un público propio, generar las condiciones para que los vean desde afuera, como para generar un ida y vuelta con alguna banda. Eso falta y es necesario. Es una herramienta muy práctica. En eso también es clave el desarrollo de todo el ecosistema de cada escena: desde los medios hasta los productores y los lugares para tocar, que eso, en Córdoba, está pasando muy fuerte, pero es un proceso de años”.

           

Esa consolidación interna tiene a las bandas de Córdoba como un ejemplo a seguir. Allí en una presentación de disco, según Pairone, “una banda puede meter 500 personas, con muchas ganas”, una cifra gigante para los grupos provinciales de la actualidad. Esto se debe a que “hubo un cambio de chip en el último tiempo”. “Hay un grupo de treinta bandas que toman esto mucho más en serio y empiezan a profesionalizar todos los aspectos del trabajo de un artista. Se piensa mucho más en el desarrollo, hay cada vez más planificación. En eso, las redes sociales han ayudado un montón y han achicado un poco la brecha con otros proyectos más grandes o de más envergadura económica. Estamos en un momento de transición positiva que marca cierto embudo: los que más huevo le ponen, los que más constancia tienen, son los que empiezan a ver un poco más de frutos, resultados más concretos. No es el único factor pero estamos en un momento en el que hay mucho para aprender todavía. Es un momento re auspicioso. Hoy por hoy es posible que dos shows convivan en la misma noche y les vaya bien a los dos y, quizás, hace un año, eso hubiera sido un sapo para uno de los dos”, agrega.

En Córdoba también empezó a haber un cambio de chip desde la prensa más importante, que comenzó a tener en cuenta a las bandas locales. A abordarlas con conocimiento. “El caso de La Voz del Interior es paradigmático y una ayuda para un montón de músicos -dice Pairone-. Falta un poco en las radios de mayor audiencia. Todavía está en el aire esa discusión que en Córdoba no se producen hits para pasar en las radios. Algunos de este lado pensamos que faltan hits porque falta difusión. Es una cuestión muy etárea, también. Los más chicos le dan poca bola a los medios tradicionales. Se mueve mucho más Instagram que en Facebook. Hay otro tipo de relación entre artista y fan. Pero todavía hay una gran porción de gente a la que todavía no hemos podido llegar porque aún está sujeta a medios tradicionales o le da mucha importancia a ese nivel de legitimación o a esa canción que suena en la radio y la termina cantando”.

“Históricamente, los medios grandes nunca le dieron pelota a la escena local. Y desde hace unos años esos mismos medios eliminaron el poco espacio que antes destinaban al relevamiento de la actividad artística local para limitarse a reproducir la infame chismografía de la televisión porteña: twitter, vedettes, escándalos. Afortunadamente, hay radios pequeñas que sí se ocupan de lo que pasa en la ciudad. Y hay revistas excelentes, impresas o digitales, como Apología y Rapto, que documentan y analizan lo que está pasando”, opina Giordano.

Esta nota se publicó hace pocos días en La Agenda

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Este blog sigue siendo un espectáculo después de años y años y años

Federico Anzardi dijo...

Gracias Anónimo!